Alcázar de Venus: "Entre la Nieve y la Mar"

 
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  La Virgen del Rosario.

LA FIESTA DE LA VIRGEN DEL ROSARIO.

Cuando llegaba el día 7 de octubre en el que se celebraban las fiestas en honor de la Virgen del Rosario y Santa Filomena, todos los habitantes del pueblo, los que vivían en los cortijos y muchos de los que habitaban en los anejos se acercaban para celebrarlas como era debido.

Después de la guerra, a pesar de que la imagen de Santa Filomena había sido destruida durante la misma, por muchos años se siguió celebrando la festividad en honor de ambas. Con el paso del tiempo se perdería el nombre de Santa Filomena al referirse a las celebraciones, que solamente quedaría para todos los vecinos como “el día de la Virgen”.

En ese día los vecinos de Alcázar de Venus, los de los cortijos y todos los visitantes lucían sus mejores prendas, las que se habían comprado para la ocasión o las que se tenían reservadas para el mismo fin. El momento cumbre era la procesión de la Virgen por todas las calles del pueblo, durante el recorrido la pirotecnia hacía acto de una más que perceptible presencia. Además de los cohetes encargados por los mayordomos de turno, algún vecino o alguna familia cumplía su manda con la Virgen a base de docenas y docenas de cohetes que hacían estallar en el momento que la imagen pasaba frente a sus casas. Se detenía la procesión en ese lugar hasta tanto el devoto que tenía algo que agradecer a la Virgen no acababa con el último de los cohetes encargados. Aunque faltara para aceite, los cohetes había que echárselos a la Virgen.

Antes de la procesión se había celebrado la Santa Misa y luego de aquella todos se congregaban en torno a los puestos de dulces y turrones que algunos comerciantes de la sierra ponían en la plaza de la iglesia. Abundaban las grandes piezas de turrón artesano, fabricado con almendras y miel de la zona y que precisaban del mazo y de la cuña de hierro para sacar la porción que el padre de familia compraba para todos sus miembros. Las yemas, los soplillos, los caramelos artesanos, la calabaza y otras frutas escarchadas con azúcar, los garbanzos tostados y algunos otros productos cubrían el tenderete puesto para la ocasión y que poco a poco iba pasando a manos de los pequeños, y no tan pequeños.

Se reunían las familias, con algún adlátere que llegaba a última hora, para cenar, si era posible, algo distinto a lo de todos los días. Acabada la cena, de nuevo la plaza se encontraba concurrida a tope por los jóvenes y los matrimonios que tenían ganas de marcarse unos bailes.

            En el día de la Virgen los músicos contratados no solían ser los de los bailes normales. “Los de Sorvilán”, así era conocido el grupo de cuerda que con bastante frecuencia amenizaba las veladas en estas ocasiones, algunas veces vinieron acompañados por un acordeón que rompía con la monotonía de los instrumentos de cuerda habituales. Las piezas, las de siempre: pasodobles, valses, mazurcas, polkas y algún que otro bolero.

            Muchas de estas costumbres se fueron perdiendo con el paso de los años y  también a causa de la disminución del número de habitantes del término. Así los puestos de turrones y demás dulces propios de esos días fueron haciendo apariciones intermitentes hasta que llegaron a ser esporádicas y ocasionales. "Los de Sorvilán" fueron sustituidos por "El de Sorvilán", un joven de dicha población que venía pertrechado de tocadiscos y discos con temas de la época, entre ellos los inevitables pasodobles, valses, etc. además de las canciones de moda, al son de dicha música se animaba el personal a bailar hasta que "amañanase".

            Más o menos de este modo se solían celebrar hasta principios de los setenta las fiestas en honor de la patrona de Alcázar de Venus: Nuestra Señora la Virgen del Rosario. Con la emigración durante los años sesenta de muchos de los alcazareños, las costumbres, forzosamente, hubieron de cambiar. Cada vez eran menos los que se reunían para celebrar las fiestas y la fecha del 7 de octubre tampoco acompañaba para que viniesen aquellos que habían marchado por mucha voluntad que tuviesen. El ejemplo de localidades vecinas se contagió y las fiestas en honor de la patrona se trasladaron a la festividad de la Virgen de Agosto, 15 del mismo mes, y se hace coincidir con el fin de semana más próximo a esa fecha a fin de que puedan volver y visitar a sus gentes y a su pueblo el mayor número posible de alcazareños que viven fuera.

En la actualidad se han añadido otro tipo de actividades lúdicas, en su mayoría dirigidas a la gente menuda, que hace que los dos días de fiestas que se celebran estén plenos de alegría y jolgorio para chicos y mayores. Desde el RosarProcesión de la Virgen del Rosario y San Antón.io de la Aurora, al amanecer del primer día de fiestas, hasta el castillo de fuegos artificiales en la última noche, el resto de las horas se completan con competiciones, juegos, concursos, degustación de platos típicos, bailes (ahora ya amenizados por conjuntos de más o menos renombre, pero que siempre vienen bien para la ocasión de marcarse unos bailes en la placilla de abajo), etc, en lo referente al aspecto pagano de la fiesta y Santa Misa y Procesión en lo referido a su aspecto religioso. Desde hace unos pocos años se saca en procesión a San Antón junto a la Virgen del Rosario y el recorrido que se hace por, prácticamente, todas las calles del pueblo se ha alargado hasta la antigua ermita del Santo. La procesión sigue siendo el momento culminante de toda la celebración. En él es cuando se pone de un modo más manifiesto el amor y la fe que la mayoría de los alcazareños sienten por su patrona.                         (volver)

San Antonio Abad

LA FIESTA DE SAN ANTÓN.

 «Ese día todos tenían prisa por terminar la faena. Nada más dar de mano,  toda la patulea de muchachas y muchachos aligeraban el paso para llegar al pueblo y empezar a celebrar la víspera del patrón, san Antón: era la noche de los chiscos, noche de juerga y cachondeo. Por el camino iban haciendo haces de gayombas para avivar las llamas y sentir su crujir y chisporreteo cuando comenzaban a arder.

La noche de los chiscos era una noche especial. El agrupamiento de las casas en Alcázar hacía que abundasen los “barrios”, aunque el número de viviendas que los conformaban eran pocas. El que hubiese más o menos gentes no suponía obstáculo para que todos se reunieran en torno a su lumbre. Eran muchas las que se podían ver ardiendo chispeantes: desde la Cruz hasta la Fuente, pasando por el barrio Bajo, el Cerrillo, o la Caná, sin contar con las que los pequeños hacían próximas a la de los adultos. El pueblo se convertía en un rosario de luminarias que hacían que esa noche no se precisase del mancho para desplazarse de un lugar a otro, como era costumbre.

Durante las tardes de los días anteriores, y esa misma tarde, cada vecino se había preocupado de ir aportando su haz de leña, unos más grandes que otros pero todos lo llevaban, había vecinos que llevaban más de uno y más de dos. Abundaban sobre todo las retamas y las gayombas, que eran las que más levantaban las llamas y hacían más visibles las lumbres desde cualquier parte de las afueras del pueblo.

Al anochecer, los primeros disparos de escopeta comenzaban a oírse y las lumbres empezaban a arder. Los barrios trataban de rivalizar entre sí por ver cual era la lumbre que ardía más alto o la que aguantaba durante más tiempo, en cual de ellas se lanzaban más disparos al aire o cual disponía de los cohetes más sonoros. El fuego y la pólvora, con sus ruidos, olores y luminosidad, inundaban todo el ambiente de la población.

Mientras duraba el fuego no faltaba la botella de aguardiente de garrafa que los hombres, y alguna mujer atrevida, iban pasándosela para que el cuerpo no notase tanto la diferencia de temperatura entre su exterior y su interior. También se enterraban en las ascuas algunas patatas para después ser degustadas por los componentes de la reunión.

Todos estaban alegres, el único que estaba triste era el “marranillo de san Antón”, su rifa se realizaría al día siguiente y el agraciado con tan suculento premio no tardaba mucho en convertirlo en embutidos a pesar de haber ayudado a su manutención, como todos los vecinos, durante el tiempo que anduvo de casa en casa, sin dejarse una atrás, a la espera de recibir su pienso en forma de peladuras de papas o de la ración de brebajo o berbajo, que por ambos nombres era conocido el guiso que algunas familias preparaban para cebar a sus marranos. El marranillo tenía los días contados y hasta el otoño siguiente no volvería a oírse el tintineo de su cencerrilla avisándole a los vecinos que se encontraba a su puerta dispuesto a engullir lo que le echasen...

... Cuando los asistentes al chisco se venían a dar cuenta ya quedaba poco tiempo para arreglarse para la misa del Patrón. Era uno de los días del año en los que la iglesia se abarrotaba de fieles para pedirle a san Antón que cuidara de sus animales. Después todos acompañaban en devota procesión al santo hasta su ermita. Por la noche, la verbena en la plaza del pueblo hacía que los vecinos se reuniesen de nuevo para divertirse de forma sana y alegre, aunque alguno se achispase un poquito nada más.»

Los párrafos anteriores están sacados del relato novelado "Cascarabitos” (© Teodoro R. Martín de Molina, Granada, 2002), de edición reducida y no puesta a la venta. En ellos se recoge, de un modo bastante fidedigno, lo que era la fiesta de San Antón en Alcázar de Venus hasta mediados los sesenta. El nombre del pueblo en la ficción ha sido sustituido por el de Alcázar y se han hecho desaparecer los nombres de los protagonistas.

Hoy en día la fiesta en honor del patrón del pueblo prácticamente ha quedado reducida a la quema de algunos chiscos, con lanzamiendo de esporádicos cohetes, en la noche del sábado anterior a la víspera del 19 de enero en aquellos barrios en los que aún hay personas con ánimos para reunirse y recordar lo que no hace mucho fue una de las celebraciones más populares y queridas por todos los habitantes del pueblo. A veces se lleva alguna botella de anís con polvorones y dulces de las pasadas Navidades, o algún trozo de longaniza, careta o cualquier otra "menudencia" de la reciente matanza. Alrededor del fuego, se mantiene un rato de cháchara mientras los más jóvenes van arrimando al fuego las retamas y gayombas que se fueron apilando en los días anteriores. No son lo que eran , pero el ánimo de los vecinos que se congregan alrededor de los chiscos para honrar a su patrón sigue siendo el mismo de siempre.

En el mes de agosto se saca en procesión al santo coincidiendo con la celebración del día de la Virgen del Rosario. De la ermita sólo quedan unos escasos cascotes de las piedras que constituyeron sus muros.

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